viernes, 7 de marzo de 2008

Presentación pública de "Una carta de amor"

Ayer jueves se presentó el cuento "Una carta de amor" en el salón de usos múltiples de la Casa de Cultura del Barrio de Tlaxcala, aquí en la ciudad de San Luis Potosí. Fue una plática entre amigos más que un acto propio de cuellos tiesos como acostumbran ser las presentaciones editoriales, en la que el perpetrador del texto narró sus intenciones y la manera en que estructuró su inusitada historia de amor. Se trata de una historia de pérdida y recuperación del amor como acto sublime, jamás consumado en lo carnal, pero que, no obstante, tiene consecuencias en el mundo real. Es una historia que conjuga lo real y lo imaginario tanto en el nivel literal como en el literario. Literal, ya que parte de una anécdota personal, la cual abandona el carácter biográfico para devenir ficción en tanto se narran acontecimientos jamás ocurridos. Y literariamente, la conjugación de lo "real" y lo imaginario se da en cuanto el personaje tiene una capacidad imaginativa que lo sumerge en mundos fantásticos mediante los cuales se evade de la realidad, incluida la propia relación con su amada.
El personaje tiene su complejidad porque se muestra como un sujeto amoroso por un lado, y belicoso, iracundo y hasta misógino respecto de otras mujeres, con las que mantiene una relación particular, una guerra de sexos interpersonal debido precisamente a su muy personal ethos erótico. Tiene esa ambivalencia propia de los seres humanos, que en este caso particular es la capacidad tanto de amar como de odiar.
Desde un punto de vista, por decirlo así, dramático, se trata de una historia de "no acción", paradójicamente contraria a la noción del drama en sí, en tanto en literatura el drama precisamente es acción, y acción con consecuencias. Pero, de nuevo paradójicamente, esta inacción tiene asimismo sus consecuencias: no luchar por hacer suya a la mujer de sus aficiones tiene como consecuencia que ella se case y forme una familia; pero, a la postre, en el corazón de la mujer se incuba una semilla, un gramo de amor por el protagonista, que en su circunstancia debiera ser un individuo frustrado, un antihéroe –lo contrario del héroe, pues–, por no decir un perdedor o un estúpido, pero que precisamente gracias a esa recuperación del amor, se convierte en el héroe de la novela y alcanza así una meta que de se daba por perdida. Este triunfo espiritual del amor lo coloca en una nueva relación respecto de su amada, de manera tal que la familia de ella es como si fuera la propia familia de él. Su no-acción, pues, tiene la consecuencia de hacerlo partícipe de un entorno familiar tal como debiera ser la consecuencia de un proceso normal –estandarizado, ordinario– de enamoramiento, emparejamiento y formación de familia. En medio de esto, sus aficiones platónicas lo colocan en la situación del amante imaginario, del amor igualmente imaginario por parte de su amada, y en la del mancornador respecto de un marido que se percibe a sí mismo como burlado, como cornudo, a pesar de que jamás se consuma carnalmente la supuesta y muy imaginaria infidelidad. Después de todo, comúnmente se afirma que la intención es lo que cuenta.

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